viernes, 7 de marzo de 2008

Origen de Los Heraldos del Evangelio


Origen



El actual estado de esta institución es el resultado de un largo caminar. Mirando atrás, retrocediendo a través de los años y las décadas, se puede constatar casi que paso a paso lo providencial de los caminos surcados. Sin que se diesen cuenta, era la mano de la Providencia la que los guiaba a lo largo de la trayectoria que culminó en la reciente aprobación pontificia.

Los designios de Dios son insondables. A unos los convierte de forma eficaz, con la rapidez del rayo, como a San Pablo. Para otros espera pacientemente largos años, dejándoles que caminen por las sendas sinuosas de la vida, para que en un momento dado les pueda hacer la irresistible invitación a la santidad. Así fue el caso de San Agustín.

También la Providencia tenía para los Heraldos del Evangelio misteriosos designios. Su origen se remonta a mediados del siglo pasado, cuando un grupo de jóvenes se reunía en São Paulo para admirar la armonía y cultivar la espiritualidad que se desprenden del canto gregoriano, en medio al estudio de la Doctrina Católica.

Ésas eran las vías por las cuales la Providencia les estaba invitando para que se entregaran enteramente al verdadero Autor de todas las pulcritudes. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo suscitaba en sus almas la inquietud de formar una institución de cuño religioso con la finalidad de promover la santificación personal, utilizando la música y la cultura en general como medio de evangelización.

En determinado momento, la lectura del "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen", de S. Luis María Grignon de Monfort, y la consagración a la Madre de Dios que hicieron todos, conferían un carácter acentuadamente mariano al grupo que poco a poco se iba formando y explicitando su propia fisonomía.

Por fin, surge la asociación privada de fieles Heraldos del Evangelio, cuyos estatutos fueron aprobados el 21 de septiembre de 1999 por Mons. Emilio Pignoli (en la foto), obispo de Campo Limpo, cuya diócesis abarca una considerable región de São Paulo. Fue el comienzo de una nueva etapa de intensificación de la comunión eclesial.

Los Heraldos del Evangelio, a partir de ese momento, pasaban a ser instrumentos vivos de la Sagrada Jerarquía al servicio de la Nueva Evangelización.

En los meses siguientes fueron erigidos canónicamente en 25 diócesis de diversos países de América y Europa. Se daban las condiciones para que fuera solicitado a la Santa Sede su reconocimiento como asociación privada internacional de fieles de derecho pontificio.

Dado el simbolismo que la fiesta de la Cátedra de San Pedro suponía (22 de febrero), fue ésta la fecha escogida para la firma del decreto de aprobación, puesto que la devoción al Papa es uno de los pilares de la espiritualidad de los Heraldos del Evangelio.

En el momento de su erección pontificia, ya estaban presentes en 29 países de las tres Américas, Europa, África y Asia, en lugares como la India, Sudáfrica, Monzambique, Filipinas o Japón.

Animados por las más de mil cartas de apoyo que les fueron enviadas por prelados, sacerdotes y religiosos del mundo entero, los Heraldos del Evangelio obtuvieron la aprobación de sus estatutos por parte de Mons. Emilio Pignoli.

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